Como bien saben, mis queridos lectores Gaby, todo junio se nos fue al viejo mundo y una de las primeras fotos que le presumió a su servilleta fue esta.
Que inmediatamente me recordó un libro que me costó leer porque, como es pequeño siempre lo perdía. Me encantó está por demás decir, así que ya sé que no se trata precisamente del lugar al que se refiere en el libro, pero ahí les dejo este cuento, que va, derechito a la sección: La hora del plagio.
El Patio de los leones.
Escribo en medio de estos recuerdos del pasado, en las primeras y frescas horas de la mañana, en el fatídico salón de Abencerrajes. Delante de mí se encuentra la sangrienta fuente, legendario monumento de su matanza; su alto surtidor casi arroja las gotas de agua sobre mi papel. ¡Qué difícil resulta conciliar la vieja leyenda de sangre y violencias con el lugar apacible y sosegado que me rodea! Todo parece aquí preparado para inspirar sentimientos serenos y apacibles, pues todo es bello y delicado. La luz cae suavemente desde lo alto, pasando por el tragaluz de una cúpula, matizada como por manos de hadas. A través del amplio y ligero arco de la portada contemplo el patio de los Leones, donde la brillante luz del día fulgura a lo largo de sus columnatas y centellea en sus fuentes. La airosa golondrina se lanza hacia el patio, y remontándose de pronto, se aleja como una flecha, gorjeando sobre los tejados. La laboriosa abeja se afana zumban entre los macizos de flores, y las pintadas mariposas revolotean de planta en planta y juguetean unas con otras en el aire resplandeciente. Basta un mínimo esfuerzo de la imaginación para representarse a alguna melanc´lica belleza del harén vagando por estos lugares solitarios de lujo oriental…