Había una vez, en 2012 una yo muy lastimada, histérica cansada y derrotada, que ya no sabía pa’ dónde hacerse. Era Noviembre y de repente me llegó un twitt como tantas otras veces de una cuenta que se hacía llamar @saiffe. De repente le contestaba los DM, pero estaba muy ocupada atendiendo mi entonces extremo tren de trabajo, asimilando el putazo de 2010 en dónde me arrancaron a quién había sido la médula espinal de mi vida.
No sé por qué, ese día, bajando de Santa Fail decidí que era buena idea finalmente hacerle caso a las mil y un invitaciones y caí al departamento 701 del 503 de Pilares en la Colonia del Valle.
Marcela y yo hablamos hasta la madrugada, y de la misma manera que no supe cómo porque ese día iba me quedé en su sala. En la mañana me hizo de desayunar unos hot cakes, y unas salchichas para azar, mientras los hermosos ojos Boris, su gato, me daban los buenos días.
Quedamos en hacer unas cosas, y de repente me di cuenta que era la primera vez en los 25 años que tenía que había dormido una noche en paz y bien. Para Diciembre gracias a una amiga había encontrado una chamba cerca de la Mansión del Viento, y lejos de mi casa.
Para el tercer o cuarto día, decidí comprar un delicioso pollo a la leña y compartirlo con la Saiffe ¿Por qué? No’mas porqué quería compartir esa noche la mesa con alguien. Llevaba 5 años cenando sola y dos extrañando a mi primer amor felino que habían dormido sin avisarme o sin posibilidad de despedirme.
Boris, Marcela y yo sentados en la mesa, en una escena que me parecía muy familiar sin haberla vivido nunca. Esa noche salí de ahí con las llaves del que sería mi hogar por dos años.
Hacia el norte, había un gran ventanal por donde ver el amanecer.
Y hacía el sur el desconocido territorio de más allá de Eje 8.
Fueron dos años en los que aprendí que podía continuar, a dejar que se secaran las heridas y a llorar todo lo que no había llorado en la vida, las pérdidas que ni yo había notado. Deje ir gente que me hacía daño, otros llegaron para quedarse, y unos más se instalaron pero solo fueron un paso efímero.
Aprendí a darme cuenta lo verdaderamente afortunada que era de haber sido educada por un gran maestro de la música electrónica en América Latina, y de haber pasado por pruebas de vida que habrían matado a cualquier otra para llegar a ser el felino monstruo que soy hoy.
Los días de lluvia, Rosita, la señora que recogía el caos que dejábamos atrás todas las semanas, Juanito el portero siempre amable y con un chisme para alegrarte el día, el tianguis con unos deliciosos tacos de mixiote todos los jueves justo en la esquina de la casa. Las idas al super a las 4: 00 AM, because yolo. O caminar en el parque arboledas antes del amanecer.
Innumerables personajes pasaron por la Mansión del Viento, chamanes, brujas, brujos y hasta un santero alcohólico. Probamos de todo para aprender a hacer las pases de quién realmente eramos. Hoy, aunque tengo unos problemas serios que resolver, me siento mil veces más fuerte de lo que fui.
Mi Mufasa no me dejó, solamente, se hizo nube para acompañarme más de cerca en el camino de esta vida. Solo puedo sentirme agradecida por haber habitado la Mansión del Viento y dejarle el camino a otros para que la disfruten, algún día he de volver con Artemisa bajó el brazo y la próxima generación Ocampo..
Hoy llueve en la Ciudad de México, y me pego la nostalgia, básicamente porque hoy ya estoy en paz con la persona más importante en mi vida: yo. De aquí pa’l real el camino seguro será complicado y lleno de piedras, pero se justo hacía dónde mover el timon está vez, total, es solo una tormentita.