Mi papá y yo tenemos una relación peculiar. Casi a toda la gente que recién conozco le causa conflicto la forma tan poco formal con la que trato al donante del 50% de mi DNA. Y es que para empezar, mi papá y yo, nos caemos bien, y tenemos muchos vicios en común.
Era una niña frágil y con muy pocas esperanzas de calidad de vida al crecer. Ergo, siempre estaba enferma, o con la piel en carne viva ya fuera por una dermatitis, o por la cantidad malsana de inyecciones que me ponían. Entonces Leonardo, o el Leon aka mi papá, buscaba formas poco ortodoxas de que su mocosa dejará de llorar. Básicamente porque se oía en toda la casa y nadie podía dormir, es más ni el gato.
Por ese entonces, unos meses antes de que yo naciera, había comprado el soundtrack de «Cosmos», si, si la de Carl Sagan, y entonces se puso investigar en cómo hablarle a su mocosa del demonio, de tal forma que siguiera su voz hasta que, después le pudiera poner atención a cada sonido que salía del estéreo que tenía.
El resultado acabó siendo, básicamente, que una vez cada semana mi sacrosanto padre, iba a meterse al mercado del chopo a buscar «música de hippies» para alinear los chakras de la mocosa. Se sentaba en el suelo junto a mi, y me iba contando cuentos que se sacaba de la manga, y un día descubrió que, si me iba describiendo cómo se veían las ondas de los sonidos, o un color, me quedaba en paz, sintiendo cada beat de eso que a el le vendían como «new age relajante» Que por cierto, no era otra cosa que música electrónica.
Cuando cumplí 6, le pareció que ya era lo suficientemente consciente, como para presentarme a su nuevo mejor amigo: el walkman. Así que compró un plug doble, mis primeros audífonos de gente decente, y me presentó a Depeche Mode, y por ende los sintetizadores.
Cuando cumplí 7, decidió que era buena idea mandarme a clases de piano porque no me pinches podía gobernar, y como buena fiera, la música me calmaba. Eso y porque ya habíamos visto Amadeus unas 30 veces y no dejaba de joder con que quería aprender a hacer eso.
Y en eso, nos informaron que mi dulce y tierna hermanita estaba en camino, y que en este envió, no había devoluciones. Hicimos berrinche, y digo hicimos, por qué a él, no le hacía la menor gracia. Con en ese entonces 37 años, se estaba haciendo a la idea apenas, que tenía un ser totalmente dependiente al que enseñarle el mundo, y uno nuevo al que había que cambiarle pañales, pos no le hacía gracia, y menos porque a mi ya me podía pasar de contrabando al cine a ver películas de ciencia ficción o de acción sin mucho problema. Francamente a mi tampoco me hacía la menor gracia compartir a mi compañero de juegos, y a mi máquina de explicar cosas con música, además de cuentos.
Esos meses, mi papá y yo nos la vivíamos viendo joyas como está, en nuestros recién comprados, juguetes post TLC de esos que costaban un chingo de lana y sonaban, bien sabroso.
Si, a veces me pregunto en que drogas andaba mi papá, como para ver conmigo este tipo de cosas antes de los 7 años.
Poco antes de que naciera mi hermana, a mi papá le dio por sacarme de la escuela, y llevarme a cuanto museo estuviera abierto entre semana, luego, a cazar bichos y clasificarlos entomológicamente. Poco a poco nos fuimos creando un mundo aparte, en el que había montones de películas de acción, entre más sangre y efectos especiales mejor, muchas desveladas leyendo libros en voz alta, y discos, pero en serio toneladas de viniles de todo tiṕo, aunque yo tenía una especial predilección por los sintetizadores.
Después de que nació mi hermana menor, no se acabó el mundo, al contrario, hacíamos lo que podíamos para integrar a la cosa esa a nuestro ecosistema. Aún así, cada sábado religiosamente, nos acostábamos en el suelo, o sobre el cofre del Chevy Nova 72 a ver las estrellas y escuchar música en serio, así, sin palabras, hasta que me quedaba dormida, me quitaba a mi gata de los brazos y me llevaba a mi cama.
Para 1995, cuando la cosa que decían que era mi hermana, pero yo aún no consideraba ser humano, tenía poco menos de un año, me regalaron mi primera computadora, y junto con eso, una nueva escuela en la que además no haber monjas, quesque nos enseñaban a programar en logo. Mi papá, y yo entonces, desarrollamos nuevos juegos dónde pasárnosla chingón, en los que mi poderosa pantalla monocromática y yo, junto con mis aún más poderosos y flamantes discos de 5 1/4 de colores nos la pasábamos bien, clasificando los ya miles de libros que tenía mi cuarto, y sus viniles eran los protagonistas.
Para finales de ese mismo año ¡Sorpresa! Un nuevo hermanito, y con él nuevos pleitos entre mis papás, no se llevaban nada bien, la mera verdad, y yo, en ese entonces, me la vivía debajo de un escritorio de media tonelada de pino, con mi walkman, mis muñecas, mis libros y mi gata.
No entendía por qué tanta violencia entre ellos, solo alcanzaba escuchar cosas como:
«Apenas y podemos con las dos» «Viene mal» «Es niño»
22 de Mayo de 1996.
Es niño, y se ve normal.
22 de Mayo de 1999.
Es autista.
Y comenzó un largo y penoso peregrinar entre hospitales de nuevo. Más rudo y salvaje que el que vivimos. Diagnósticos macabros, medicamentos, terapias para todos, y cada vez menos tiempo para compartir, pero aún así, nos la ingeniábamos para compartir el mayor tiempo posible en carretera, y discutir por quién tomaba el control del radio del carro.
Marzo de 2002
La niña tiene migraña otra vez, no quiere ir a la escuela seguramente, Vamos a mandarla.
Abril de 2002
La niña perdió el 80% de la capacidad visual ¿Por qué no la trajeron antes?
Entre que ya era adolescente y la culpa, no sé como le hizo mi padre para no quebrarse cada vez que la neuróloga se acercaba a pedir autorización para tratamientos cada vez más agresivos, con pruebas que incluso podían haberme costado otro sentido para entender que demonios estaba pasando.
Y como cuando era más chiquita, pero ahora con otro tipo de música, sola, en la cama de un hospital, con las venas a dos de colapsar por infiltraciones, punciones lumbares, comencé un nuevo ritual, en el que, nuevamente la música era la protagonista, la única que me quedaba por que tenía totalmente atrofiado un sentido. Sin otra salida que tomar, más que hacía dentro, como me habían enseñado 10 años atrás echados en el piso, siguiendo los hiptonizantes movimientos de las gotas de lluvia a través de luces de colores, y cristales grabados o de las barras de ecualizadores. Recordando como empatar el ritmo del corazón, al mismo beat de lo que estaba oyendo, pero ahora, no esperando la calma, si no que la morfina fuera entrando a mis torturadas venas.
2004
La niña quiere dedicarse a la música electrónica. ¿En qué fallamos?
Y tiene un blog ¿Qué chingados es eso?
La niña quiere ir al loveparade, vamos a llevarla para que deje de chingar.
Junio de 2005 – Abril de 2008
La niña se la vive en el antro, entre djs, aprendió francés e inglés y no quiere estudiar una ingeniería : chingada madre.
Agosto de 2008
La niña acaba de cobrar su primer cheque, ya se dedica a la música electrónica. Ya no es mi bebita.
El nombre de la niña aparece en Dj Mag México
La niña tiene fans.
La niña sale de viaje
La niña ya no vive en la casa…
2009
La niña se metió a la política, de tal palo tal astilla.
La niña finalmente esta en la universidad, pero no va a regresar a la casa.
Nos peleamos, nos mordemos, nos arañamos, pero lo Ocampo, me cae, que nunca se nos va a quitar…. Gracias por dejarme tomar mis decisiones, por dejarme tener criterio propio y libre albedrío y no aplastar mis sueños aunque no los entiendas. Gracias por no quitarme las ganas de explorar y de jugar con el mundo entero. Gracias por dejarme ayudarte, cuando el mundo se te caía encima.
Feliz día del padre, papá.